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Mostrando entradas de octubre, 2016

Inspiración visual 91

Una botella de auxilio, con mensaje en su interior, navega en mi imaginación. Pulsando palabras, en pantallas, que navegan con mensajes  de pensamientos empedrados en la mente de nautas virtuales. Escribía en papel, y guardaba sus mensajes. No tenía una isla de soledad aparente, pero se sentía aislada del mundo que le rodeaba. Primero en la infancia, cuando en la oscura tarde invernal, de regreso a la casa familiar, se abrigaba en pensamientos, temerosa de asaltos y tropiezos, mirando al cuelo, temiendo esa luna, a veces imponente, parecía seguir sus pasos sobre la tierra del camino del callejón.  Hubiera podido ampararse en ella, pero la temía.  Ese miedo incrustado en su pecho venía de las prevenciones contra extraños. "No te confíes." "No te entretengas." "Ven rápido." Sentía su espalda amenazada. No sabía de qué. Ellos nunca le hablaron de sus miedos, creyendo que su inocencia la protegería. Fue creciendo. Y dejó de mirar al cielo. 

La gayata

La gayata ¡Una gayata! Me duele el alma. La calma que aparento es sólo aparente. He visto sus miradas y me he sentido tan mal, que hubiera gritado: ¡Basta! No es justo. Ellos tanto y yo nada.  La juventud. No saben que pasa de largo, que  para cuando quieres darte cuenta te faltan fuerzas y la salud se rompe. Que cada mañana es un surtido de pastillas para darle al motor para que arranque. Camino despacio, aguantando mi cuerpo con este pilar que sujeta mi mano. Si lo soltara, no daría muchos pasos, aunque erguido parezca que es mero ornato. Me negaba, no quería bastón, señal y signo de mi condición. Mi hijo se empeñó. Me lo regaló. A él me ató. Tan bueno que era ese contacto en su brazo, para pasear y hablar con él de tiempos pasados, de aquello que si no nombro parece que nunca ocurrió. Me dijo que así se sentía seguro de que no tropezaría o caería. Debió cansarse de sostenerme y acompañarme. No me quejé. No dije lo que en mi cabeza gritaba. En mi fuero interno de

Tita

Inspiración visual 92 Los niños jugaban descalzos sobre la arena mojada. −  ¡ Mira qué blanquita y redondita! Esta piedra es muy bonita. − No seas tonta. No es una piedra. Es un trozo de concha. Aún se le notan las marcas. No ves que pesa menos. La mía sí que lo es. Tan redonda que parece una canica. − Qué bruto eres. Lo ves. Ya la has hecho llorar. No ves que no las distingue. Y además,  qué  más da. El caso es tenerla entretenida, mientras los abuelos juegan al tute bajo la sombrilla y la tita Merche nos prepara la merienda. − No le hagas caso Martita. Pablito no las ve bien. ¿A ver cuántas tienes? ¡Qué bien! Son muchas. Trae que te las guardo. − Ésta no.  − Bien. Guárdala tú. Entiendo que no quieras que se mezcle con las otras. − Vamos a buscar las gafas de buceo para mirar los peces bajo el agua. Los tres niños regresan alegres, olvidando el incidente. − No os alejéis mucho. No quiero perderos de vista. Paco, eres el mayor. No me falles. − Tita, no te preocup