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Mostrando entradas de marzo, 2012

Ángel o demonio

Cruce

Acelerada, tomó las llaves y salió de la casa dando un portazo. Salió del garaje con impaciencia. La portezuela no acababa de abrirse. Un transeúnte, que se cruzó con ella, casi cayó. Se lanzó en dirección norte, saltándose los semáforos en rojo. Fue dejando una estela de recriminaciones e innombrables voces. Al fin, soltó el pie del acelerador y frenó en seco. Ante tantas señales, dudó. No sabía en qué dirección.

El abuelo

El abuelo Ha pasado la noche. A penas he pegado ojo. Las toses del abuelo me han preocupado. Nunca hubiera imaginado que tendríamos que vivir a su cuidado. Eso que le habíamos llevado a la residencia. Pero no pudimos seguir costeando el pago. Eso fue lo primero. Después nos llegó el paro. Los niños empiezan a preguntar porqué no tienen aquellas pizzas que pedíamos los sábados por la noche, para tomarlas mientras veíamos las programaciones que a ellos más les gustaban. El abuelo está en casa. Vino contento. Con su maleta y su despertador. A él le han gustado siempre los relojes. Es algo que nunca le he preguntado, pero me gustaría saber porqué les tiene tanta afición. Monopoliza el mando a distancia. Sólo quiere ver documentales e informativos. Allí lo dejamos solo, mientras nos metemos cada uno en nuestro rincón. El mío, la cocina. Allí tengo mi despacho. Cuando no fregoteo y guisoteo, me entretengo con sopas de letras y escribiendo. No me conecto a internet. Hemos reducido gastos. Le

EL AGUA NO MOJA

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Apurada, enquistada en el banco no hace más que abrir el paraguas. Llegó a él agotada. Despertó a punta de alba, cuando las luces de neón animaban los últimos transeúntes de retorno de la noche festiva. Ella iba a sacar los restos de esa juerga. Era mañana dominguera. Algún que otro beodo le molestaba, pero ello lo esquivaba sin gesto ni acritud. Se apartaba, y seguía su camino. Tenía que apurar para no tardar. Caminaba entre adoquines malolientes de orines de alcohol. Terminó. Un banco en el parque que acortaba el trayecto de retorno. Por ser domingo, no tocaba apurar para despertar a sus retoños. Nada de lo que acontecía entre la calenturienta pareja, le preocupaba o molestaba. Para ella natural. Pasó por su frente la sombra de un día pretérito. Él la había seducido, en el ardor de los años jóvenes. Había vivido el apareamiento en un ritual iniciático que nada de placer le reportó. Abultamiento de vientre le llevó a sumir obligaciones de mujer matrimoniada. Tres. Tres veces, y ni una

La intuición que nunca le falla

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LA INTUICIÓN QUE NUNCA LE FALLA Escudriña entre sus cosas. No encuentra algo. Sentada está en un banco. Vuelve a intentarlo. No lo halla. Ha salido de su casa sin coger el llavero. ¿Qué hacer? Revisa su monedero. Irá a comer, comprando en un supermercado, pan y queso. Serán horas de espera. Su compañera suele volver tarde. Pasea. Se cansa de ir de abajo arriba. Más por el nerviosismo que el descuido le motiva. Al fin, decide entrar en un bar y tomarse algo caliente para solazarse. No consigue esa finalidad. Se lo sirven frío y aguachinado. ¡Qué desastre! Y además, le sablean. En sitios como ese, en que el turismo circula, los precios se inflan. ¿Le habrán visto cara de guiri? No reclama, ni se queja. Cuando sale, se vuelve y mira el sitio para recordar que allí no ha de entrar. El reloj parece pararse. Se acerca al portal. Llama. Lo hace, por si la casualidad le compensa y su amiga está de vuelta. ¡Qué va! Piensa que pierde un tiempo hermoso. Se dirige al metro y parte al centro. Irá a

Llueve

Cae la lluvia sin mojar mi alma. Quedo en ese banco mirando esa cortina transparente y mis pensamientos vagan por mi mente. No advierto la vida del banco que al lado acoge a una pareja. Sé que están allí, pero mi mismidad me tiene ensimismada. ¿Seré capaz? ¿Daré ese paso? ¿Saldré a guarecerme en cualquier portal de la calle que linda el parque? No lo haré. Esperaré que el frío de la humedad me despierte, para despegarme de ese estado de noedad. Nada me vale. Las ilusiones pasaron. Quiero fundirme y diluirme en esos charcos.

Espectáculo

Soy el centro de atención. No sé donde ponerme. Ese público expectante, cree que puedo caerme. No esperan el salto final. Bajo mis pies una gran profundidad. Eso es lo que los tienen en vilo. Mis alas voy a desplegar.

El vestido rojo

"Al pasar la barca..." Repite sin poder continuar. Entre sus piernas un hilillo de sangre. Ruedan por su rostro una lágrima tras otra. No entiende. No sabe. Recuerda ese balanceo de ayer. Su padre la llevaba a un vestido rojo de niña. ¿Qué ocurrió aquella tarde que gravita en su memoria? Él anciano ahora. Ella no logra recordarle. Se mira en sus ojos, y no ve a nadie. La madre en una esquina, observa a la que fue su niña. ¿Habrá perdón para los que como ella guardan secreto bajo siete llaves? Recuerda que no quiso ver, y miró para otra parte. Sabe que la niña buscaba que alguien le amparase. ¡Nadie! "Al pasar la barca..." Salta al vacío llevándoselo consigo. Lo hace por misericordia, mientras le canta, viendo ante sí su miedo en la noche antigua, del rasgar de los pasos en el pasillo entarimado de la casa familiar. La madre cierra los ojos al ver lo que va a pasar. Siempre tuvo miedo de ver. De saber. De actuar. Ella no olvidará. Sirenas se oyen. Una anciana en cami

Al final del cuento

AL FINAL DEL CUENTO Y comieron perdices, sazonadas con lágrimas de monótona compañía. A ella le dolía la espalda, de tanto trajín. Pero un buen día, a su ventana llegó el trino de la primavera nueva. Miró por ella. Le salieron alas, allí donde más dolía. En el alma.